"Con una libertad de palabra propia de la juventud", así se presentó un joven Cicerón ante quien sería su maestro en la isla griega de Rodas; y parece que Apolonio Molón (así se llamaba el célebre retórico), limó y puso freno a ese exceso juvenil del romano, haciendo que la sobriedad y la mesura caracterizaran su estilo a partir de entonces. Lo cierto es que cuando Molón escuchó a Cicerón no pudo menos que lamentar la suerte de Grecia, pues entendió que los únicos bienes que aún le quedaban -la educación y la palabra-, con el arpinate pasaban también a los romanos.
Usando de la educación y de la palabra, y con una dicendi impunitas similar, con la vehemencia y el idealismo que acompañan siempre a los jóvenes y que tristemente después se pierden en el camino, así habló Bruno el pasado 19 de junio en la Biblioteca Menéndez Pelayo ante profesores, amigos y familia, defendiendo el valor que para esta sociedad tienen unos estudios que a muchos nos hacen felices y a todos nos hacen mejores.
Aquí quedan sus palabras. Que nada ni nadie pongan freno a su entusiasmo.
Buenas
tardes, hoy con este discurso no quiero jactarme de mi triunfo, ni decir
banalidades, ni perderme por los caminos de la tan amada por Cicerón retórica,
que conducen a destinos inciertos. Quiero hablar claro y con ello, mostrar a
todo aquel que lo quiera oír, la importancia que ha cobrado en mi vida el
latín, la importancia de esta multifacética lengua, una importancia que no sólo
me afecta a mí o a todos los aquí presentes, una importancia de la que la
sociedad indudablemente se tiene que hacer eco.
En
primer lugar antes de nada me gustaría agradecer a la Sociedad Española de
Estudios Clásicos por haberme brindado la oportunidad de poder participar no
sólo en el Certamen Ciceronianum, sino también en la Prueba Nacional de Griego.
Además me gustaría también dar especialmente las gracias a la Sociedad Menéndez
Pelayo, que ha sido la responsable de que yo pudiera vivir esta experiencia
única gracias a la subvención que otorga al vencedor del Certamen Ciceronianum
en la sección de Cantabria, subvención que ojalá se siga manteniendo durante
mucho tiempo, pues realmente merece la pena vivir este tipo de experiencias que
acentúan y consiguen que sea mayor tanto el conocimiento del Latín como las
ganas de seguir estudiándolo, así como dan una oportunidad para conocer
personas que tienen unas preocupaciones y unos gustos parecidos a los tuyos.
Pero la
participación en este Certamen tiene un trasfondo mucho mayor que el de un
examen o un premio. La participación en este Certamen se debe a la gran pasión
que despertaron dentro de mí el Latín y la cultura latina. Mi visión del latín
se ha ido transformando en un breve lapso de tiempo. Primero, era un completo
desconocido, algo que obviaba, algo que, por ignorancia, consideraba de escaso
interés. Tras esto comencé a sumergirme en las corrientes tanto latinas como
griegas y empezó a cambiar esta concepción, el Latín se mostró ante mí como un
juego, un juego en el que se aprendían las reglas y a base de experimentar y
experimentar, se conseguía desentrañar el misterio encerrado en cada letra de
cada texto, un juego en el que la sintaxis se convertía en el mayor aliado, un
juego en el que sin apenas darme cuenta, me había convertido en un jugador más.
Pero el juego dejó de ser un juego. El juego se tornó en necesidad, la
necesidad de traducir, de descifrar, de analizar, de alcanzar un conocimiento
del latín mayor, en definitiva, de adentrarme más profundamente en las
vicisitudes de esta hermosa lengua.
Y así
decidí prepararme para este Certamen, un hecho que fue la culminación de un
gran trabajo de documentación y traducción. La preparación conllevó muchas
horas dedicadas y mucho esfuerzo empleado, muchos sacrificios y muchos más
beneficios, muchos desamores y muchas reconciliaciones con el Latín. Todos los
pros y los contras obtuvieron finalmente su recompensa y conseguí ganar este
Certamen. Pero eso no quiere decir que sea el mejor o el más listo, para nada.
No me puedo olvidar de los duros rivales que tuve, Guillermo, Pablo, a la vez
rivales y amigos, que habían seguido de la misma forma que yo la ardua senda
preparatoria para este examen, y que habían luchado para conseguir su objetivo,
presentando unas credenciales tan firmes como las mías.
Pero el
ya citado arduo camino preparatorio finalmente me hizo también alcanzar la
última etapa de mi concepción del latín, mi concepción actual, el Latín como
método de cura para esta sociedad indudablemente enferma. Este idioma nos
otorga muchas y diversas cualidades: como acción más inmediata, el aprendizaje
del Latín acentúa el entendimiento de nuestra propia lengua y también de
distintas lenguas, al ser la lengua madre de todas las romances. Además, la
necesidad en ciertos momentos de la traducción de buscar sinónimos o de emplear
un determinado sintagma hace que el conocimiento del léxico de nuestra propia
lengua sea mayor. Pero no solo eso, sino que también el ejercicio lógico
desempeñado en el descifre de la lengua latina y de su sintaxis hace que
nuestra capacidad de raciocinio aumente considerablemente, incrementando nuestra
habilidad y rapidez mental. Por último, conocer el Latín te permite dar una
propia interpretación sobre lo que dijeron los clásicos, no accedes a una
traducción, sino que das la tuya propia, pudiendo conocer en primicia un texto
que cobra vida haciendo que tus sentimientos fluctúen conforme fluctúan las
ideas del texto, aceptándolas o rechazándolas, y finalmente, haciendo
cristalizar una nueva visión tanto de ti mismo como del mundo que te rodea.
Todas
estas reflexiones me llevan inexorablemente a preguntarme diversas cuestiones,
¿por qué el Latín se obvia tanto en la sociedad? ¿Por qué somos tan pocos en
este pequeño pero interesantísimo mundo latino? La respuesta a ambas preguntas
es bastante clara. Porque tristemente dependemos de una economía basada en la
adoración del dinero, aunque ello implique la pérdida absoluta de ya no sólo el
Latín, sino de diversos métodos que incrementan nuestras posibilidades
intelectuales. Ante esta caza que están sufriendo las Humanidades, sólo podemos
tomar una decisión: acercar las culturas clásicas a la sociedad, mostrárselas
cercanas y finalmente explicar a todo el mundo que el poder económico no es lo
más importante, que el dinero es simplemente una representación, algo que
desaparece con el tiempo, mientras que el aprendizaje se mantiene dentro de
nosotros, ayudándonos a ser mejores personas.
Por
último y para acabar, quisiera agradecer a todas las personas que me ayudaron
para conseguir mis metas. Sobre todo una mención especial a mi profesora
Azucena, sin la que no podría haber conseguido absolutamente nada. Ella me
mostró la senda y yo solo tuve que seguirla, tiene la misma culpa que yo o más
de que finalmente haya alcanzado la meta. También a mis amigos Manuel y Saúl
que me dieron la mano y me animaron a seguir siempre que tuve dudas o miedos. Y
cómo no, a mi familia que también me dio todo su apoyo y cariño, y a mi madre,
que luchó y luchó a pesar de todos los pesares y consiguió darme a mí y a mis
hermanos una educación que considero digna de admiración.
Por tanto,
por todo lo dicho y aquí expresado, eventos como el Certamen Ciceronianum, son
tan importantes para acercar a la sociedad las humanidades. Yo puedo asegurar
sin dudar que haré todo lo posible por defender la cultura clásica y expandirla
todo lo que pueda. Así, la sociedad conseguirá despertar de este letargo que
poco a poco la está consumiendo y seguirá la senda correcta para formar un
mundo mejor, más justo y feliz. Muchas gracias.
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