Ganar en Cantabria el concurso ciceroniano
llevaba implícito un increíble premio, el viaje a Arpino. Estos días mágicos
empezaron el miércoles 9 de Mayo. Tras haber llegado a Roma sin incidentes
(excepto el timo de un euro en el aeropuerto de Santander que afortunadamente
se quedó como un recuerdo gracioso) Azucena y yo fuimos a visitar el Mausoleo
de Constantina (en la foto),
pues ambos ya habíamos visto los sitios más importantes de
Roma. Visitamos el museo de los frescos en el que se encuentra la pintura que
ilustra este blog y que a pesar de mi renitencia resultó ser muy interesante,
pero tras esto, no pudimos resistir el instinto turista y volvimos a mi amado
Panteón: es imposible describir con palabras la paz y serenidad que transmite.
Después fuimos a cenar con Gregorio, María y Marina, ¡qué extraño es pensar que
entonces no les conocía de nada y que a los cuatro días estaba casi llorando
por despedirme de ellos! Al día siguiente estuvimos visitando otra vez Roma
junto a nuestros nuevos amigos y por la tarde pusimos rumbo a Arpino.
Aquí es
cuando comienza la vorágine de recuerdos, lo que ocurre cada día se confunde en
la memoria, pues se vivió cada segundo intensamente. Llegamos a Frosinone los
cinco fantásticos, nos llevaron en autobús al hotel Bonifacio y en ese trayecto
es donde conocí a Flavia, a Sara y a Juan Carlos. A Rodrigo y Jordan les conocí
en la recepción del hotel. Y ya desde un primer momento nos empezamos a llevar
todos bien, si mi memoria no se equivoca, la primera noche en Arpino estuvimos
todos hablando y estudiando juntos para el examen del día siguiente, temido y respetado,
que inevitablemente acabó llegando. Yo, sinceramente, había pasado una noche
bastante mala, los nervios y otros factores hicieron que sólo pudiera dormir
una hora y media, además me encontraba en estado febril seguramente provocado
por esa falta de sueño. Y así me presenté al examen, sin estar para nada
receptivo, pero mientras le estaba haciendo, me iba animando, pues pese a que
era muy difícil y no estaba en las mejores condiciones, conseguí dar una
traducción ni mucho menos buena, pero al menos aceptable. Fui el último español
en acabarlo, y me tocó comer con un búlgaro y dos italianos, de los que me hice
amigo pese a mi escaso dominio del inglés. Me reencontré con los españoles en la
acrópolis de Arpino.
A la vuelta hacia
el hotel, me senté en el autobús con Óscar, el profesor de Rodrigo, que me
estuvo hablando en latín y para mi sorpresa, yo le entendía casi todo. Fue
quizá mi viaje en autobús más enriquecedor culturalmente hablando y estoy muy
contento de haber tenido una “mini clase” con este gran profesor. Tras todo
esto, tuvimos que ir a la discoteca cuando me caía del cansancio, pero al menos
pude disfrutar de más tiempo con mis nuevos amigos. Tras sólo 5 horas de sueño,
fuimos el sábado por la mañana a Formia y vimos el mausoleo de Cicerón que hizo
en su honor su hijo Marco, además del pueblo y el depósito de agua romano, que, sin agua,
perfectamente podría asemejarse a una iglesia.
Comimos y fuimos por la tarde en
autobús (quizá el único fallo de la organización, el exceso de viajes en
autobús que restó casi la mitad del tiempo para disfrutar más de diversas cosas
de interés) a la fiesta de Arpino, donde por la noche dieron un concierto en el
que disfrutamos de estar todos los españoles juntos, pues ya casi éramos como
amigos de toda la vida.
Y por fin llegó, esta vez con 3 horas de sueño, el día
de la entrega de premios, donde se coronó el gran Rodrigo: una mención de honor
que nos sorprendió a todos y que provocó que la gran mezcla de emociones más la
falta de sueño explotaran dentro de mí: no
pude más que correr a donde él y abrazarle con lágrimas en los ojos. Se lo
merecía sin lugar a dudas y me alegré infinitamente por él.
Finalmente comenzó la triste partida, primero
de Arpino, desde donde cogimos otra vez el maldito autobús que nos llevó a
Roma. Allí, después de comer, empezaron las despedidas: los besos, los abrazos,
los llantos y la pena. Nos despedimos físicamente, pero yo les sigo conservando
dentro de mí con mucho afecto. Y entonces tuvimos que volver otra vez de vuelta
a la cruda realidad, además realizando un largo viaje de regreso, con autobús
nocturno incluido en el que finalmente caí rendido.
Como conclusión, no puedo dejar de decir que
el cariño que cogí a todos los que fueron allí fue inmenso y espero volver a
verlos otra vez dentro de muy poco. Además, fue un viaje de un gran interés
cultural en el que aprendí mucho. Pero, como dato negativo, queda siempre la
espinita de sentirte una hormiga en un mundo de gigantes, ¿qué posibilidades
reales tiene un español con dos o tres años de latín frente a un italiano con 6
años? No peleamos en esa guerra con las mismas condiciones ni con las mismas
armas y parece un poco en vano tanto gasto para combatir en una guerra tan
desigual. Sic res sunt, sed tantum bonas
memento. Con todo, no cambiaría Arpino por nada. Fue un viaje mágico.
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